lunes, 6 de agosto de 2007

Las aletas de tiburón

Es tal el entrometimiento del estatismo centralista que funge hasta como un “todopoderoso”. Es una pena que se pretenda hacer creer que el decreto ejecuto, recientemente publicado, que permite la pesca incidental de tiburones, recoja criterios de conservación ambiental sobre una ejemplar endémico. Mientras en otros países se aboga permanentemente por la conservación de esta especie que esta con peligro de desaparecer, aquí el gobierno no ahorra ningún escrúpulo para simpatizarse con los pescadores artesanales y con otros comerciantes, que son potenciales electores, para publicar un decreto de esta naturaleza. Por eso la regulación estatal debe aplicarse, con la venidera reforma política, de adentro hacia adentro, limitando las atribuciones de los Gobiernos para eliminar estas formas populistas de simpatizarse con los potenciales electores y de servirse de medios que, en el largo plazo, resultan más inconvenientes que congraciarse con unos pocos. Esto supone la disminución o desaparición parcial o total del Estado que significa, entre otras cosas, una sociedad ajena a las trabas e intromisiones como esta. Desaparecer el Estado, como figura jurídico-política que organiza a la sociedad es una aspiración sensata y coherente, que no es nueva, ni es de pocos. Es responsable en tanto y cuanto contenga el ánimo de superar las formas estatitas y alcanzar otras formas más evolucionadas hasta avanzar a su desaparición. Los resultados del estatismo que vivimos son los que hemos denunciado permanentemente: una sociedad limitada por el antojo del burócrata y sometida por un aparataje torpe y entrometido; egoísta en el momento de delegar y lento en el de ejecutar. Admiramos entonces a aquellos que se adelantaron a pensar en este ideal de una sociedad sin una clase social dominante por defecto de una delegación electoral. Marx definía el Estado como una “institución de la clase dominante de un país para mantener las condiciones de su dominio”, creía apasionadamente en la libertad del trabajador, la igual de la sociedad, y con esto con la abolición del Estado. Por desgracia, hay algunitos que todavía creen que hacen socialismo entremetiéndose en la vida de los particulares, estropeándola y enfermando las caducadas relaciones de dominación entre el Estado y el ciudadano. El poder político, sentenciaba Marx, es simplemente el poder organizado de una clase para oprimir a otra. Que pena nos da saber que el segado poder del Gobierno no observa esta captura indiscriminada y la indignación de un pueblo que no quiere más autoritarismo como este.